miércoles, 3 de febrero de 2010

Generosa Venezuela

La figura central de ciertas creencias religiosas ancestrales de la zona centro-norte de Venezuela es una diosa femenina llamada Yara, también conocida como Guaichía o por su nombre castellano de María Lionza. Aunque sus orígenes son inciertos y muy remotos, esta mujer fornida y escultural parece ser, aún ahora, la representación de la naturaleza misma. Me han dicho que en ella se concentra una compleja trama de simbologías que incluyen los conceptos de amor, fertilidad y armonía. Es, pues, una suerte de "Pacha-mama" de la tradición venezolana, y, como tal, una representación del carácter de la nación misma. De alguna forma me parece que la figura con la que han modelado a María Lionza dice mucho de Venezuela: tierra de gente de carácter fuerte, que se hace notar, altiva, bulliciosa y generosa a tiempo completo.

Por donde vive esta gente he pedaleado ya más de 1.000 kilómetros y he arribado al fin a la ciudad de Caracas, capital de la nación potencialmente más rica de toda Latinoamérica.

De Mérida partí hace ya más de una semana. Allí dejé con pena a un gran grupo de personas que me ayudaron y me acogieron con mucho entusiasmo. Gracias a sus gestiones y su sincero interés por mi viaje, de ahí en adelante siempre he tenido contactos suficientes para recibir ayuda, hospedaje y comida en toda la ruta hasta Caracas. De hecho, la última vez que saqué dinero de mi cuenta del banco estaba todavía en Colombia. Casi todo lo que he gastado en Venezuela ha sido fruto de la generosidad de la gente. Los venezolanos me han sorprendido por su buen ánimo y su generosidad. Siempre graciosos, malhablados, divertidos y exagerados, la gente de Venezuela se las ha arreglado para no dejarme ni un solo día sin recibir algún tipo de regalo, ya sean vasos de agua, posada, amistad o incluso dinero.

Gracias a la comitiva que me despidió en Mérida (con la que me he mantenido en contacto todo el tiempo vía celular) obtuve, además, las únicas fotos que tengo en todo el viaje de mí mismo subido en mi bicicleta y avanzando.

Las anécdotas de los pasados ocho días de marcha han sido muchísimas. He continuado sin tregua para llegar a tiempo a Caracas y eso me ha impedido tener días de descanso. Ni una sola jornada ha sido fácil. Aunque esperaba finalmente salir de la cordillera e ingresar a los famosos "llanos", no he dejado de ver montañas hasta ahora. Caracas, de hecho, se encuentra situada en un valle montañoso que le da un relieve muy complicado, aunque atractivo. A pesar de estar a pocos kilómetros del Caribe, la ciudad está a una altitud de 900 msnm. Los cerros del Ávila separan la urbe del litoral, y me han dicho que desde la punta se puede ver tanto la enorme ciudad congestionada y bulliciosa, del lado sur, como la amplia línea del océano, del lado norte.

Apenas hube salido de Mérida, me encontré con dos ciclistas de lo más peculiares. El primero fue Casey Kellog, un gringote barbón que lleva viajando ya dos años y medio por todo el continente. Hoy por hoy se encuentra regresando hacia Norteamérica luego de haber visitado casi todos los países de América del Sur. Él me preguntó por un ciclista brasileño, a quien yo no había visto. Nunca entendí si viajaban juntos o no, pero horas después de haberme despedido de Casey vi pasar al brasileño con cara de loco y a toda madre. Lo saludé, pero él no se detuvo, así que no sé nada más de ellos. A Casey le di los datos de Neudy en Mérida, así que seguramente a la gente de Fundaeventos les llegó una nueva carga ese mismo día, je.

Ese día emprendí el ascenso al último páramo tras el cual me despediría de los Andes. Fue una etapa relativamente corta (60 km), pero ascendí hasta casi los 3.400 msnm. En el camino tuve varios encuentros más: una familia de Portoviejo que se detuvo y conversó conmigo por unos minutos, un par de chamas de belleza venezolana que se bajaron de un carrote y me pidieron que les tome fotos (a lo que accedí con gusto y la boca abierta, pero nunca se me ocurrió hacerlo con mi cámara!!), dos muchachos que me guiaron por la población de Mucuchíes y me llevaron por un "atajo" que resultó larguísimo, etc. Me sorprendió la debilidad de mis piernas y el poco descanso que había logrado con los dos días que estuve en Mérida.

Gracias a los contactos de Neudy, en la población de Apartaderos tuve posada gratis. Yovanny Gil me costeó un cuarto y me invitó la cena. Yo no lo conocí sino hasta el día siguiente, cuando me preparaba para irme del pueblo. Él también salía de su negocio de venta de artesanías y pensaba hacer una etapa de entrenamiento por la zona de Santo Domingo de Mérida. Junto a su novia me invitaron a desayunar y me dieron las respectivas recomendaciones acerca del camino.

Decidí no tomar la ruta corta, que consistía en bajar a la ciudad de Barinas y continuar por los llanos, sino que continué ascendiendo hacia la cima del páramo. Apenas 15 kilómetros me llevaron a la cumbre del "Collado del nido del cóndor", el punto más alto que alcanza una carretera en toda Venezuela y, para mi sorpresa, el punto más alto que he alcanzado en toda la ruta desde Ecuador en esta segunda etapa de SAP. Mi altímetro marcó 3.960 msnm. El de un turista con el que hablé marcó 4.040 msnm. El cartelito oficial que estaba puesto al borde de la carretera indicaba 4.116 msnm. Ya supondrán a qué medición pienso hacerle caso.

Después del collado, todo fue descenso hasta la población de Valera, en el centro del Estado Trujillo. Aunque no es la capital, se trata de la ciudad más grande y activa de Trujillo y algo así como la "puerta de entrada" a los Andes para quienes van desde la costa o Caracas hacia las montañas. Mientras esperaba en la plaza por otro contacto de Neudy, llegué a hablar con el propio alcalde de la ciudad, Temístocles Cabezas, que resultó ser hijo de un ecuatoriano de Alausí y que dispuso toda una entrevista y sesión fotográfica en mi honor. Asumo que algo habrá aparecido en los periódicos locales, pero nunca lo supe con certeza.

La Brigada de Rescates Especiales y Comunicaciones de Valera BREYCOV24 me prestó una cama para pasar la noche. Uno de sus miembros me preparó un buen desayuno para partir temprano al siguiente día rumbo al siguiente estado de la ruta: Lara. Yo tenía en mente un camino prácticamente plano y sin complicaciones, pero, como suele pasar, nada de eso ocurrió.

Ese día pedalée 145 kilómetros. La habitual ayuda de la gente incluyó una donación inesperada. Me detuve junto a una alcabala (algo así como un puesto de inspección de la policía) para preguntar acerca del siguiente pueblo. El policía de turno estaba atareado hablando con camioneros y apenas me prestó atención, pero me vio con extrañeza. Casi no me dejó hablar. Solamente me preguntó de dónde venía y tras oír la respuesta extendió la mano con un billete de 10 bolívares y me palmeó la espalda: "Apúra, chamo, que te falta mucho". Se dio la vuelta y no volvió a decir más. Eran las cuatro de la tarde y en realidad yo pensaba preguntarle si era posible poner mi carpa junto a la alcabala para pasar la noche, pero con ese trato me pareció un poco torpe insistir en ello. Volví a montar y prácticamente no me detuve hasta que cayó la noche.

Estaba cansadísimo y me sentía especialmente sucio. La carretera estaba poblada por puestos de venta vacíos, la mayoría de ellos adornados con botellas envueltas en papel blanco y colgadas por cordones, por lo que hacían sonidos misteriosos al chocarse por el viento. La zona tenía un aire de desierto fantasma, sin casas, vegetación seca y baja, poco tráfico y una soledad fría, como de cementerio. Unos niños en un caserío me regalaron agua y me explicaron que no encontraría ningún pueblo, pero dijeron que en poco tiempo llegaría a una gran gasolinera donde vendían comida y podía encontrar baños. Llegué a oscuras y armé mi carpa en un estacionamiento. Algunos camioneros habían puesto sus hamacas entre los árboles y dormitaban, así que me pareció adecuado. Dormí con la carpa abierta, mucho calor y al arrullo del sonido del tránsito que pasaba a unos 20 metros de distancia.

A pesar de mis conocidas habilidades para pasar mucho tiempo sin bañarme (y sin sentir molestia alguna por ello, claro, destreza solo superada, según se ha probado en concurso público, por el inigualable Roberto "Pornoman" Ramírez, que en alguna época decoraba su piel con mera mugre), en la siguiente etapa hasta la ciudad de Barquisimeto pasé todo el día pensando en una ducha que tardó mucho en llegar. Yo imaginaba una zona verde, húmeda, muy poblada y llena de fauna, pero lo que encontré fue la continuación del mismo desierto vacío en el que apenas había casas y pequeños puestos de venta entre los espinares. La carretera, cada vez más ancha y transitada, por fin empezó a mostrarse verdaderamente plana.

Barquisimeto es una ciudad grande y, según pude ver, llena de instalaciones deportivas. En el Velódromo Héctor Alvarado encontré ayuda con la gente de FUNDELA (Fundación para el Deporte de Lara), quienes me prestaron un camerino en el coliseo de box, me invitaron a cenar y me permitieron usar las duchas.

Aún más, conocí al mismísimo Héctor Alvarado, un ciclista que se coronó de glorias en la década de 1950 y llegó a representar a Venezuela en muchos certámentes en todo el mundo. Junto al Velódromo conserva un museo con una gran cantidad de condecoraciones, fotografías, artículos de prensa, bicicletas de más de 60 años (una de ellas tenía aros de madera) e incluso un artículo de su propia creación: una bicicleta de ruta que, mediante un sistema de doble rotación en los piñones traseros y una extraña disposición de la cadena, permite pedalear tanto para adelante como para atrás: si se pedalea normalmente se usa un piñón grande, para subidas, y si se pedalea para atrás se usa un piñón pequeño, para bajadas.

Mi suerte y los contactos no acabaron ahí. De Barquisimeto, capital del Estado Lara, avancé hacia el estado Yaracuy, en donde tomé una ruta alterna a la vía principal y culminé una cansada etapa en la población de Nirgua. Ni siquiera pude abandonar la carretera para dirigirme a la plaza cuando un ciclista me llamó la atención y se puso a conversar conmigo. Su nombre es José Efraín Ríos, llamado "Thaín" por sus amigos. Él me condujo por toda Nirgua, verdadera tierra de ciclistas, y me presentó a varias personas locales. Una de ellas fue Carlos Ochoa, campeón de numerosas competencias ciclísticas entre las que se cuentan la Vuelta a Venezuela en bicicleta de hace un año. Carlos, que ha firmado con un equipo italiano y es uno de los tres únicos venezolanos que participarán profesionalmente en el "Giro de Italia", me pagó un cuarto en un hotel y me invitó a cenar.

A la mañana siguiente, Thaín me invitó el desayuno y me acompañó hasta la salida de Nirgua. Desde entonces ha estado pendiente por mensajes de la forma como me va tratando el viaje.

Así continué avanzando hasta la capital de Venezuela. En Valencia (tercera ciudad del país, después de Caracas y Maracaibo, y capital del Estado Carabobo) llegué una tarde de domingo letárgica y caliente. Por Maracay, capital del Estado Aragua, pasé a toda madre y casi sin fijarme en la ciudad. Por todas partes la gente ha salido a preguntarme acerca de lo que estoy haciendo y a ofrecerme ayuda. En La Victoria me ofrecieron posada (que no pude aceptar, por la hora) y me invitaron a almorzar. Un grupo de jóvenes se divertió dando vueltas en mi bicicleta y llenando mis termos de agua. Más adelante, en Sabaneta, me regalaron helados y chocolates. El día que dormí en Las Tejerías conocí a un grupo de bomberos locos y bromistas que también me invitaron a cenar y me dieron un colchón en su estación.

El último día de marcha iba ya muy desgastado. Subir a Los Teques, capital del Estado Miranda, me costó mucho. En algún momento llegué a los 1.200 msnm, superando la cota de los 1.000 que había abandonado desde mi descenso a Valera. Las piernas me dolían con un agotamiento arraigado. Todo el cuerpo empezó a quejarse. Quizá sabía que Caracas estaba cerca y aprovechaba para exigir el reposo prolongado que no le he dado desde hace mucho. Incluso he sentido algo parecido a mareos desde que pasé por Valencia, no sé si por alimentarme irregularmente o simplemente por cansancio. A fin de cuentas, desde Bogotá he pedaleado 20 días y he descansado 3. Mis semanas han sido largas y mis domingos cortos.

Ya en La Victoria había abandonado la enorme y excesivamente transitada autopista que entra a Caracas y había empezado a ascender por la panamericana antigua. En Los Teques, sin embargo, me desvié de esa vía y tomé una carretera más pequeña y vieja. Así me lo recomendó la gente. El resultado de tal desvío fue entrar a Caracas por donde todo el mundo me había dicho que no entre: los famosos "barrios". No he conocido venezolano que no le tenga recelo a la tristemente célebre delincuencia de la ciudad capital. Caracas, dicen, es la ciudad más cara de Latinoamérica y una de las más violentas. Historias truculentas de asaltos y asesinatos he oído muchísimos, y todas tienen que ver con la marginalidad y pobreza de los llamados "barrios".

Lo que la mayoría no piensa, sin embargo, es que esos barrios no están poblados de violencia y muerte, sino de gente; gente con la que se puede conversar; gente que vive y trabaja en esas lomas; gente que ahí tiene amores y familias, y que ahí habita con ellas. Entré a los barrios sin darme cuenta, y lo que encontré fue el cariño de siempre. Un motociclista bajó la velocidad y conversó conmigo por algunos minutos. En lugar de sacar un revolver y asaltarme, me dio ánimos y me felicitó. Otro pasó rápido, pero en lugar de verme con aspecto amenazante, se rió y gritó: "Usted sí que le ha hechado bola, chamo!" Más abajo un grupo de albañiles me silbaron y me gritaron ánimos soeces al estilo de: "Pedalea, culo flojo!". Un policía al que pregunté por el camino se negó a creerme que venía pedaleando desde el Ecuador y se burló de mis pretensiones hacia el Brasil, pero fue amable y me indicó la ruta en medio de risas...

Finalmente entré a Caracas, una nueva y gigantesca capital. Aquí mi pana Dani Rojas (del mismo clan de la Universidad Andina que ya se ha hecho cargo de mí en Pasto y Bogotá) me ha conseguido alojamiento y me ha orientado por la ciudad. Todo eso, sin embargo, será parte de historias futuras.

Hoy por hoy, lo único que da vueltas por mi cabeza es una idea fija: necesito descansar.

Caracas, Venezuela, miércoles 3 de febrero de 2010.

3.291 kilómetros recorridos.

9 comentarios:

ƒriandise dijo...

jaja buena la del gringo! pero muy cruel la fotico de la cabrita, cruel :(

sigue hasta donde puedas, tu puedes! cuidate mucho bronceadito se te ve.

muaaaah!

sara dijo...

cuidate Guabitas!!! ese cuerpito rinde pero tiene sus limitaciones...este post tuyo ha sido particularmente especial para mi.. te contaré cuando regreses y nos peguemos la de norteño prometida...cuidate y descansa.. descansa..descansa..
full cariño y besitos

Anónimo dijo...

¡Viva Venezuela! La acogedora, la cálida, la alegre, la generosa. ¡Viva!

CLC

Unknown dijo...

Vamos loco, que bacán que estes bien, están cheverazas las fotos. Aguante ahí que acá le esperamos para festejar su vuelta.

Unknown dijo...

Guabas, saludos fraternos recién leo tu blog y está infinitamente acogedor de hecho he compartido con mi madre tus líneas, ella te manda bendiciones y espera llegues con bien a tu destino, es más no sabe como carajos estás viviendo, jaja. Le he contado ya de tus viajes pasados y no se la cree....yo por mi lado he tenido sentimientos de alegría y ánimo, así que sigue por esa ruta y arriba a buen puerto como hasta ahora lo has hecho, come y descansa. Cocheins

ALTEJOPUS dijo...

Guau, que maravilloso viaje, ojalá pudiéramos estar en tu mochila.
Todos estamos pendientes de tí y deseamos que realices tu sueño.
Que Dios y la gente buena te acompañen y te den aliento en las próximas jornadas. Gracias por compartir tus experiencias. De nuestra parte un fuerte abrazo.
Los JOPUS

-José Antónimo- dijo...

"Apúra, chamo, que te falta mucho"

Je je je... así mismo es el carácter de la gente caribe; lamparosos y no se hacen problema para dejarte claro que no te creen (como el policía) que vienes desde Ecuador. Exuberancia tropical creo que le llaman, los serranos somos mas modositos (léase hipócritas).

Tú sigue echándole bola. Sólo acuérdate de entrar bien vestido a las Plazas Bolívar... y de tomarles fotos a las catiras con tu cámara, no vas a tener que insistir mucho.

Un abrazazo y que todo siga bien como hasta ahora... descansarás más.

Gabriel Abraham Rojas López dijo...

Desde Ecuador, también digo Viva el ciclismo y viva Venezuela,

Gabriel Abraham Rojas López, practicante de ciclismo, atletismo, y otras.

Anónimo dijo...

Gracias Gabriel Abraham Rojas López, te conosco de competicion en sudamérica, nosotros en Uruguay también le damos al pedal.

Visite tu blog de duatlon y ciclismo, y runninf.

Está OK

Gerardo González